Un poquito de teoría curricular, por favor

La teoría clásica del currículo viene a decir que el currículo es el resultado de las respuestas a cuatro cuestiones fundamentales: ¿Qué enseñar? ¿Para qué enseñar? ¿Cómo enseñar? ¿Cuándo enseñar?

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Es evidente que estas cuatro cuestiones están fuertemente relacionadas entre ellas, de manera que las respuestas a cada una no se pueden entender sin hacer referencia a las otras tres y, de paso, que los que dirigen la educación se las plantearan.

Si las respuestas fueran sencillas, claras y evidentes, sin sesgos ideológicos y se hubieran pensado detenidamente, todo lo relacionado con el sistema educativo estaría solucionado hace tiempo y no habría discusiones. Es evidente que no es así.

Para aclarar nuestra visión al respecto, empezaremos por lo más sencillo:

¿Qué enseñar?

O dicho de otra forma, ¿qué es lo que hay que aprender tras pasar por el sistema educativo?.

Cuando yo era estudiante, hace muchos años, en la escuela primero y luego en el instituto, las asignaturas eran muy pocas y se dedicaba bastante tiempo a cada una de ellas: Lengua y Literatura, Geografía, Historia, Matemáticas, Ciencias Naturales, Física y Química, Latín, Idioma moderno (francés para casi todo el mundo), Formación del Espíritu Nacional (Hogar para las chicas), Educación Física y Religión. Sólo después del bachillerato elemental, la famosa reválida de cuarto, se incorporaban al currículo, aunque entonces todavía no se llamaba así, asignaturas más específicas como Filosofía, Historia del Arte, Griego, etc.

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El panorama actual de asignaturas empezó a “desmadrarse” tras la LOGSE y parece que ya no ha parado: Ética, Educación Cívica, Historia de las religiones, Religiones distintas de la católica, Cultura clásica, Educación Ambiental, Taller de ciencias, Taller de botánica, Música, Tecnología, Informática, etc., sin contar las incorporaciones de lenguas autóctonas, reales o más o menos inventadas: gallego, catalán, euskera batúa, valenciano, mallorquín, bable, y los intentos de introducir localismos, no sé si siempre conseguidos: silbo canario, cántabru, etc. para llegar hasta a los intentos de integrar otras opciones más o menos esotéricas: ajedrez, tauromaquia, caza, etc. Un auténtico batiburrillo.

A falta de un consenso sobre lo que se debe de enseñar, y consecuentemente aprender, en el sistema educativo, parece evidente, por lo que vemos, que el qué enseñar es mucho más el terreno de los equilibrios entre las presiones de los grupos de poder dentro de la sociedad y bastante menos el de la existencia de un saber objetivo, universal y deseable. Sólo así se explica el interés, casi anecdótico,  de algunos grupos porque se integraran en el currículo saberes como la caza, la tauromaquia, la defensa nacional, etc.

El qué enseñar se identifica por parte de mucha gente con el currículo. El lector verá, a estas alturas, que el currículo evidentemente va más allá y que nada de lo anterior se puede explicar si no recurrimos a la segunda de las cuestiones fundamentales:

¿Para qué enseñar?

Si el “qué enseñar” era el campo de batalla de los grupos de poder, el “para qué enseñar”, es la trastienda de las ideas ocultas de las que se deriva lo anterior. Es el terreno de la ideologías más o menos explícitas.

Sólo en las carreras universitarias y no siempre, se tiene relativamente claro para qué enseñar. En las enseñanzas básicas, los profesores más o menos “progres”, si es que queda alguno, creemos que hay que enseñar para que haya ciudadanos libres que puedan alcanzar niveles de felicidad personal y participación social, y “bla, bla, bla”.

Chocamos enseguida con las familias de clase media y acomodada que ven en la escuela un lugar donde reafirmar, o mejorar, sus posiciones sociales establecidas o deseadas. De ahí, el enorme valor que se concede a la enseñanza bilingüe en centros públicos y la publicidad indiscriminada de esta enseñanza que hacen los políticos para vender la calidad de sus políticas educativas.

En la misma línea se encuentra el creciente poder de los centros concertados, auténticas máquinas de segregación social a las que la mayor parte de las familias que se lo pueden permitir acaban enviando a sus hijos, porque, claro, la gratuidad de los centros concertados es un eufemismo que produce risa por no decir otras cosas…

Las clases más desfavorecidas, por su parte, parece que han dado por perdida la batalla de ver la escuela como un lugar de ascenso social y, con pragmatismo, la han incorporado como un lugar de asistencia social.

Reclaman la gratuidad de los libros, del comedor, del transporte, que la escuela está siempre abierta, que desaparezcan las vacaciones y puentes, que se respeten sus creencias religiosas, que no se suspenda, que los profes estén disponibles a cualquier hora del día y de la noche, que no regañen a sus niños, etc.

¿Cómo enseñar?

En sentido estricto, si la pedagogía se pareciera a una ciencia, la de cómo enseñar, las didácticas, serían sus tecnologías, pero nada es así.

El cómo enseñar es el gran problema de todos los docentes, ignorando muchas veces que cada una de estas cuatro cuestiones ¿qué? ¿para qué? ¿cómo? ¿cuándo?, está fuertemente relacionada con las demás y, en muchos casos, es la tapadera de las ideologías que comentábamos en el punto anterior.

Todo el mundo tiene una teoría implícita de cómo hay que enseñar, y de paso de cómo se aprende. Lo sorprendente es que hay tan poca gente que sea capaz de fundamentar mínimamente esas convicciones. Y en este grupo, lo siento, hay que incluir a la mayor parte del profesorado.

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En consecuencia, en los últimos tiempos, estamos viviendo una auténtica avalancha de “metodologías” y de “recursos” para la enseñanza.

Si las cuestiones anteriores eran los dominios de los poderes fácticos y de las ideologías, no nos engañemos, el “cómo enseñar” no es el campo de las didácticas, es el campo de los negocios.

Editoriales, empresas tecnológicas, gurús de mayor o menor “pelaje”, asesores, “coachers”, etc. aquí todo el mundo intenta arrimar el ascua a su sardina.

El cómo enseñar está estrechamente relacionado con el cómo y el qué evaluar, así que si se quiere influir se puede hacer también a través de la evaluación. Los informes PISA son un buen ejemplo de cómo meter mano en este asunto.

¿Cuándo enseñar?

Un observador mínimamente crítico verá que “cuándo enseñar” y cuándo aprender, están íntimamente ligados con todo lo anterior.

En principio, parece que en este aspecto hay ya un cierto consenso social: todo el mundo debe de recibir una educación básica obligatoria hasta los 16 años y, si se puede, una educación postobligatoria que le capacite para ejercer una profesión, sea a través de la Formación Profesional o de la Universidad.

Lo que ocurre es que, a medida que las necesidades económicas y del mundo del trabajo se hacen más complejas, la vieja educación va perdiendo sentido y necesita ser sustituida por una educación que capacite personal y profesionalmente para un mundo que evoluciona tecnológicamente de manera exponencial.

El aprendizaje permanente y ubicuo es cada vez más el paradigma educativo de nuestro tiempo. Y los negocios asociados….

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